El tiempo es como una moneda que
cuando menos te lo esperas nos enseña la otra cara. No podemos elegir entre cara o
cruz.
La tiramos al aire y cae; a veces es cara, el tiempo se volatiliza, pasa
como una ráfaga de viento. Te despeina, te azota, en tan solo un instante. Tras
esa sacudida, estás feliz, sabes que esa vivencia te ha cambiado, ya no eres la
misma persona. Entonces se mezcla la nostalgia por el pasado, la emoción por lo
vivido y la certeza de que ese momento ya es irrepetible e imborrable.
Otras veces toca cruz, el tiempo se condensa, pesa, como si
en el lugar en el que estás hubiera una sustancia de plomo, invisible y
pegajosa, que no te deja moverte ni pensar con fluidez. Sientes que el
tiempo te reta y tu solo quieres rendirte,
te aplasta, se ralentiza, hasta llegar a detenerse.
Qué curioso el tiempo, un minuto siempre son sesenta
segundos, pero la vida o más bien la forma en la que nosotros percibimos cada
momento hace que esos sesenta segundos sean ráfaga o sustancia de plomo. No sé
si el optimismo o el pesimismo, la curiosidad o la indiferencia, la compañía o
la soledad, la tranquilidad o el estrés tienen algo que ver en el azar de la
moneda.
Pasan los días y los años, y hay momentos de reflexión en
los que hacemos balance del pasado. Recordamos aquel día en que alguien nos dejó
sin palabras o sin aliento. Tantos días con amigos en fiestas, en la playa o en
cualquier parte compartiendo una tarde y tantas risas. Aquel concierto en el
que la música consiguió evadirnos a otra dimensión, nos hizo olvidarlo todo y
la felicidad se apoderó de de nuestro cuerpo y nuestra voz. Esa situación con
la que te chocaste con la incertidumbre, un punto de inflexión en el que debías
tomar una decisión transcendental en tu vida. Un momento en el que te detienes
e intentas ver un lugar desde fuera, como si tú no pertenecieses a él, y te
preguntas: “qué hago yo aquí, cómo he llegado”.
Tras hacer balance te das cuenta de cuánto has aprendido y a
su vez, has desaprendido. Nos hemos tropezado más de una vez con la misma
piedra y en vez de cogerla y retirarla del camino, hemos tenido que levantarnos
y esquivarla una vez más. Hay vendas que caen de los ojos demasiado tarde.
Parece inevitable que el ser humano sea coherente en su vida. Pero sabes qué,
yo no me arrepiento de nada de lo vivido ni de mis errores ni de mis derrotas,
todo ello me han traído a donde estoy y me han hecho ser quien soy. Hay personas que toman decisiones basándose en la razón, yo creo
que la intuición nos lleva más lejos. Puedes decidir vivir de manera cómoda o
de manera intensa. Yo me quedo con la segunda.
Al igual que miras para atrás, las dudas están sembradas en
la parte del camino que está sin andar. Crees que lo tienes todo planeado y si
consigues las pequeñas metas que te propongas llegarás al destino planeado en
unos años, quizá meses. Ahora recuerda cuando eras un niño, sabías qué ibas a
estudiar, cuántos hijos ibas a tener y cuántas mascotas habitarían tu casa.
Según en la fase en la que estés de tu vida te habrás dado cuenta que nada ha
coincidido con esos planes idílicos. Estoy convencida que muy pocos
terminaremos en el destino soñado, el futuro nos tiene preparadas tantas sorpresas,
contratiempos, bifurcaciones y sobre todo personas que serán acompañantes, confidentes,
consejeros…quienes nos lleven a alejarnos o a permanecer en un lugar.
El tiempo seguirá corriendo, un día tras otro, de manera
lenta o fugaz, miraremos atrás o hacia delante, nos haremos preguntas y no
encontraremos respuestas, o tal vez sí, la mayoría de respuestas nos las da el
tiempo y casi siempre la clave está en vivir intenso.
Sed felices (:
Preciosoooo y las fotos magnificas, un 10!!!
ResponderEliminar¡Gracias mamá! Eres la mejor. Muak <3
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