Jamás llegué a
conocerte, pero eras un detalle que marcabas la diferencia en mi rutina. Allí
estabas en cada clase de yoga con tu sonrisa perenne, tu entusiasmo contenido,
tu esfuerzo diario y tu alegría desbordante. Después supe de tu historia, un
enfermero que un día, sin elegirlo, su vida cambió para siempre. Tu vida
truncada continuó y tu aparente felicidad tenía mucha frustración −tal vez−.
En mis peores días, ahí
estaba tu sonrisa y tu alegría, nos saludabas a todos con tu ilusión constante.
Un día dejaste de venir
por depresión y ya nunca más has vuelto a la clase de yoga. Aunque ya no
vengas, esas cuatro paredes y el ambiente se quedan con tu alegría eterna y tu
lucha de vida incansable, a pesar de que un día esta lucha se apagó.
Hoy atesoro lo que he
aprendido de ti. Me quedo con tus ganas, que así a tu manera, es una actitud de
vida. Me quedo con tu sonrisa que la recordaré como una de las más sinceras. Me
quedo con tu luz y con la certeza que no puedo juzgar a una persona sin conocer
su historia, detrás siempre hay tanta vida que escuchar…
No se puede hablar de
las personas con discapacidad como un colectivo sin más, todos en un mismo
saco. Cada uno tenéis una historia, una vida con un pasado que aceptar y seguir
viviendo. Qué difícil ponerse en la piel de cualquiera de vosotros, todos tan
diferentes y todos maestros de vida. Quedan miles de pasos para avanzar hacia
la inclusión y la convivencia. Sueño que algún día sea una realidad.
Ojalá estuvieras aquí.
Ojala pudiéramos compartir esos ratos de vida entre posturas y respiraciones
que sanan por dentro. Estoy segura que ahora eres un enfermero en el Cielo que
sigues curando a todos con tus sonrisas y abrazos.
"No hay discapacidad más grande en el mundo que la incapacidad
de ver en alguien más de lo que ves superficialmente".
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