Me refugié en sonrisas ajenas, pero el tiempo no se detuvo.
Huía de déjà vus, miradas penetrantes,
críticas destructivas y falsos elogios con sus falsas modestias.
Me harté de este mundo hostil y quise huir. Perderme entre
árboles de hoja caduca, ya en el suelo, como personas que se van y en una
primavera –no sabemos en cuál– llegan otras.
Por el camino vi lágrimas, desesperación, ira…pero lo que no
vi fue indiferencia ni pasividad, esos no comienzan un camino con destino
desconocido. No iba sola, pero la compañía era invisible. Silenciosa. Más personas huían de sus rutinas, sus
agendas y las alarmas del móvil que te avisan de todo. Sí, todos con algo en
común, el estupor al mirarnos al espejo y no ver alma ni corazón ni vida. Ese
reflejo, el de uno más entre tantos clones que siguen cánones de belleza y
visten prendas de las mismas marcas.
Tras mucho andado, demasiadas reflexiones caídas sobre papel
mojado y palabras que retumbaron contra muros desnudos, caí en la cuenta que es
inútil escapar, una huida hacia dónde, siempre llevaré en el equipaje esos
pensamientos que me alejan de lugares del mundo que no quiero ver, pero esa
partida también me distancia de todo lo que me pierdo del lugar donde estoy.
La solución está en la mirada, qué perspectiva hay tomar, tú
decides observar la luz del paisaje o los rincones sombríos, la moneda siempre
tiene dos caras, afortunadamente la vida tiene infinitas perspectivas.
La solución es no limitarse a mirar al frente, tanto a izquierda y como a derecha puedes encontrar paisajes desconocidos, misteriosos, tal vez
deplorables. Si huyes no cambiarán, si haces algo, lo más seguro es que los
dejes un poco mejor de lo que estaban.
Si te atreves a cambiar tu mirada, cambiará lo que ves.
Elimina barreras, estereotipos, prejuicios y verdades –aparentemente–
absolutas. Cuestiónate todo cuanto
existe y no calles tu voz porque, al fin y al cabo, todos somos alma, corazón y
vida y nada más.
Sed felices (:
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