Hay días que desgarrada por dentro, me siento frágil, ajena a mi vida, manejada por hilos, derrotada y vencida. Cuando sé que en mi vida ni controlo ni decido.
Esos días me refugio en mis sueños, fantasías, otros mundos. Me refugio en mí e irremediablemente me aíslo de lo demás, como manera protectora, como venda para mis heridas, sin saber que una venda también puede infectar la herida abierta y sangrante.
Esos días, las palabras no brotan, me rodea una inexpresividad peligrosa -para mí-, sin saber que siempre expreso, aún con el rostro bajo y los sentimientos decaídos.
¿Qué me queda en esos días? A pesar de todo, invisible y silenciosa, mi identidad vive en mí, mis valores en mis pies, raíces construidas desde cada experiencia, desde mí. Allá fuera nada se ve, sin embargo, una voz interna me susurra que a pesar de todos los huracanes y desiertos siempre seguiré siendo quien soy. Tal vez, este susurro es consuelo y resiliencia. Esperanza nutrida en que mi vida a medias solo sea autoconcepto.
Sé feliz.
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